¡Fangio campeón del mundo!
Fecha histórica: 28 de octubre de 1951


  Ese domingo, en Barcelona, el balcarceño celebraba su primer título y Alfa Romeo su última carrera. Recreamos en este homenaje los diálogos que tuvo con el periodista Roberto Carozzo mientras daban forma al libro "Fangio: cuando el hombre es más que el mito".

  Juan, usted había regresado de su primera campaña europea de 1949 con seis triunfos que, digamos, ni usted se los esperaba, ya que repetidas veces declaró su ilusión de "ganar al menos una", antes de partir. ¿Cómo se produce su ingreso en Alfa Romeo?
  Yo regresé a Europa en marzo de 1950, y para fines de ese mes ya había noticias en los diarios de allá de que iba a firmar contrato con la casa Alfa Romeo para conducir uno de sus coches en el Campeonato del Mundo que estaba por iniciarse. Mi nombramiento había levantado polémicas entre el periodismo local, que prefería una escuadra totalmente italiana. No estaba muy de acuerdo en que el mejor coche que existía ahí se lo dieran a un argentino...
  La cuestión es que la fábrica llevó dos autos a San Remo, a una de esas tantas carreras sin puntaje que se hacían por aquellos años: uno para Farina y otro para mí. Pero Farina aún no estaba repuesto de su despiste en los entrenamientos de Marsella, que le causó la fractura de la clavícula. Así que en San Remo quedé yo solo y los ingenieros estaban con un susto bárbaro. Querían retirar mi auto por temor al papelón... A mí no me tenían mucha confianza, e incluso todavía no había firmado contrato. Cuando los organizadores se enteraron de que había intenciones de llevarse de vuelta los autos para Milán, hicieron un barullo bárbaro, porque habían hecho toda la publicidad sobre la base de la reaparición de las Alfetta y no iban a permitir que se las llevaran de allí, ya que la gente podía armarles un gran lío a todos. Entonces, el sábado, me la dejan para probarla un poco. A pesar de haber ganado algunas carreras el año anterior, yo seguía siendo prácticamente un desconocido... y nunca había manejado una Alfetta.
  El susto estaba justificado, Juan. Desde el G. P. de Saint Cloud de junio de 1946, que fue la última vez que una Alfetta no sería vista en el primer puesto (Farina y Wimille abandonaron), hasta San Remo habían ganado todo: 11 victorias en 11 carreras.
  Para desgracia, ese sábado se largó a llover en forma terrible y di unas pocas vueltas. Se retiraron para discutir entre ellos y tomar una decisión. Entonces fue que les dije, para darles ánimo y terminar de convencerlos: "Miren, ustedes no tienen nada que perder. Yo soy un desconocido, y si pierdo, pierde Fangio... Si gano, gana Alfa Romeo". Aceptaron. Sanesi (el piloto Consalvo) se fue con las gomas hasta Génova para ancorizarlas y las trajo recién el domingo, un rato antes de la carrera. Ni pude probarlas. En la largada, aceleré demasiado y me quedé patinando. Se me escaparon una punta de autos. Aquel comienzo fue casi lo peor de mi vida, porque mi futuro dependía de esta carrera de prueba... Pero, despacito, despacito, empecé a agarrarle la mano a la Alfetta y fui a buscarlos, uno por uno. El Alfa Romeo era un coche extraordinario. Llegué a la punta y no tuve que cuidarme más... Después del triunfo, los tipos sabían todo: "Io lo sapeva questo", repetían... Llegamos al hotel y se mostraron apurados para terminar el contrato, querían discutirlo: "Traigan el contrato", les dije. Todos respondieron "sí" al unísono y fueron hacia un portafolios donde estaban guardados el original y las copias. El ingeniero Alessio (Antonio), director de Alfa Romeo, depositó os papeles frente a mí. "¿Dónde tengo que firmar?", pregunté... "Pero es que todavía no hemos escuchado cuánto quiere ganar", se disculpó. Los miré a los ojos un instante, tomé la pluma con la mayor firmeza que me permitía ese instante trascendente en mi vida, estampé la firma, aparté el contrato hacia quienes estaban frente a mí y les dije: "Ahora, llénelo como quieran... Los ceros los ponen ustedes". Se quedaron perplejos. Les había firmado en blanco. Es que ellos no comprendían que para mí ése era uno de los mejores momentos de mi vida. Se me daba la oportunidad de sentarme en el mejor auto de Grand Prix que había en el mundo y se me prefería a algún otro piloto italiano.
  


Publicado en A Todo Motor, Nro. 84, octubre 2001.