El milagro de la palabra y la vida
Por Alfredo Parga

  Puede que sea la casualidad. O el destino. Yo creo que es Dios quien dispuso todo esto, porque a punto de volver a ocuparme de Juan Manuel Fangio, el señor Luis José Malizia, autodefinido como "un bancario jubilado, enamorado del automovilismo", me acerca una auténtica joya. Ocurre que el señor Malizia, que no se declara restaurador, ponía sus manos para un noble servicio: remozar un Fiat 600D 1961, dejándolo nuevo.
  No exagero: cuando terminó de reacondicionar el autito, enfiló hacia la oficina de Fangio en Montes de Oca y le dijo: "Vengo a darle el auto para el Museo". Fangio no escondía su admiración por el trabajo de Malizia, anticipando que se proponía entonces colocar el 600D junto a una Vespa que el propio dueño de la casa italiana le había obsequiado al balcarceño, en los años '50...
  Hasta aquí, la historia tiene el vuelo del artesanal trabajo del señor Malizia, del que hasta dispongo de la documentación gráfica pertinente. El señor Malizia, un eficiente investigador, tiene otras pasiones; entre ellas, registrar sus amores con la palabra. Se aparecía por Montes de Oca, depositaba el grabador sobre la mesa y se ponía a charlar con Fangio. Y por ese procedimiento -sin segunda intención- años después yo dispongo del prodigio de escuchar una reunión que por casi dos horas llena el despacho de Juan Manuel de tantos amigos, que es imprescindible ir a buscar más sillas...
  Escuchar a Juan Manuel repasar su historia llevado por la inquietud de quien tampoco se declara investigador (pero lo es)me permitió desandar el tiempo y escuchar al balcarceño ocuparse desde el Gran Premio de 1939 (el que se interrumpía después de dos etapas y el Extraordinario que lo seguía) hasta revivir los días de la segunda guerra. Escuchar a Fangio recrear aquello del cambio de una biela del Chevrolet en medio de la lluvia y de noche es repasar una de las más importantes liturgias de los talleres mecánicos que puede equilibrarse con la otra composición de Rodolfo Schneiter Plini sobre el trabajo de Oscar Gálvez en otro Gran Premio, publicado en la desaparecida Maecas.
  Fangio se ocupa de la reconstrucción de La Negrita de Volpi, recibida con motor Rickenbaker ("llegue 3ro. en Bel Ville, fundido") y que su hermano "Toto" transformó con un motor Chevrolet, caja de Alfa Romeo y suspención independiente en las cuatro ruedas ("era una fiera"). Encantador. Puedo seguir con la colocación de un retén en el cojinete trasero del Chevrolet TC, sus transacciones deportivo-comerciales y la conmovedora definición de Don Loreto ("la historia de mi padre es una de las más hermosas que yo conozco"), cuenta el excepcional campeón cuya dimensión me vuelve a llevar al asombro cuando sin petulancia alguna, al presentar nuevos amigos precisa: "Los conocí hace más de 50 años. Los saqué de un pantano, muertos de frío, y los llevé a Balcarce. Por entonces, yo iba salteando los pantanos con una chatita; donde veía un auto encajado, lo sacaba. Y me ganaba unos mangos..."
  La vida.


Publicado en La Nación, el jueves 10 de noviembre de 1998.