Un sueño que pudo costar muy caro
Por Alfredo Parga


  Desde la eternidad instalada en la casa grande, su pago, Juan Manuel Fangio imparte, sin palabras, una de sus tantas enseñanzas; esta vez, usa un casco.

Un momento clave: le van a quitar el yeso. Foto: Archivo La Nación.
  Ya era campeón del mundo. "Casi no tenía ningún derecho a equivocarme, pero el hombre es así. cree ser la cosa más inteligente de la Tierra y no era para tanto. Si vos te fijas un poco, hasta los animales se orientan mejor que el hombre. No se equivocan tanto. Yo era el campeón del mundo y, sin embargo, casi me mato porque creí que la falta de sueño no era un peligro. Mirá qué poca cosa. Mirándolo bien, el sueño pudo ganarme la carrera de la vida".
  "¡Menos mal que la saqué barata, porque desde hacía un tiempo, la FIA (Federación Internacional del Automóvil) había dispuesto que corramos con casco. No te digo que fuera la protección total. Aquellos cascos ni siquiera respondían a prescripción técnica alguna, pero el asunto era tener cubierta la cabeza. Aunque fuera con una tela de cebolla".
  "Nunca me cansaré de bendecir este casco. Yo salvé mi vida porque lo quiso Dios y por este casco que quedó raspado atrás, en el lugar donde mi cabeza vaya a saber con qué golpeaba. La cuestión es que puedo contarlo. Por este casco..."
  Juan Manuel Fangio recordaba el feo momento de Monza en 1952, que pudo ser fatalmente decisivo si Dios, como él pensaba, no hubiera dispuesto las cosas de otro modo.
  Repasar aquel tramo de la historia del balcarceño, el que él conceptuaba como uno de los grandes errores de su vida -sino el más grande- es dar una nueva lección de inteligencia porque Fangio sacaba partido del error para no repetirlo. Para no dar dos veces con la misma piedra.
  (Y en el museo de Balcarce ese casco lo está esperando para contarle a usted esta historia.)
  Con el título de 1951 -el primero de los cinco ganados por Fangio- venía una serie de presentaciones que lo tenían como protagonista principal, ineludible y obligatorio. ¿Cómo podía faltar el campeón en las carreras de Sudamérica? Lo pedía Brasil y corría en San Pablo (Interlagos) primero y en Río de Janeiro, después. Lo reclamaba el país para enriquecer la inauguración del Autódromo Municipal, para insistir a los siete días. Lo solicitaba el Uruguay, con el circuito que el entusiasmo de la gente levantaba en Piriápolis, para que el balcarceño, ganador en las seis oportunidades con la Ferrari 125, se mostrara frente a la gente de la región y la conformara.
En Albi, sobre el BRM (con el casco). Foto: Archivo La Nación.
  Por aquel entonces, en Gran Bretaña se insistía con uno de los proyectos más enloquecedores que alguna vez desarrollara el automovilismo de competición. se apostaba con exclusividad a la potencia del motor del BRM.
  Fangio tenía que correr el Ulster Tourist Trophy, en la vecindad de Belfast, el sábado 7 de junio y abandonaba. Tal como lo había hecho seis días antes en el Grand Prix de Francia, corrido en Albi. En eso le llegaba la solicitud de los laboriosos hermanos Maserati para que corriera en Monza, el 8 de junio, el flamante F2 concebido por los italianos y no podía negarse aunque no hubiera un contrato de por medio. Fangio tenía una especial amistad con los Maserati que valía mucho más que el más riguroso de los compromisos escritos legalizados y aceptaba estar el domingo, en Monza.
  El destino armaba sutilmente su trama. El príncipe Bira, que había estado dispuesto a llevarlo hasta Monza en su avión particular, enojado con su máquina en Irlanda, se marchaba antes de tiempo, olvidándolo. Lo abandonaba.
En Monza, el 8 de junio, con Maserati (y el casco). Foto: Archivo La Nación.
  A la hora de buscar el aeropuerto, el francés Louis Rosier le hacía compañía, volando desde Londres hasta París; no se conseguía hacer escala en ningún lugar de Italia porque el Viejo Mundo, de pronto, se veía envuelto en una tormenta que lo dislocaba todo. Nadie volaba. Europa se quedaba sin cielos durante interminables 72 horas. Rosier colocaba su imponente Renault a disposición del argentino, acompañándolo por tierra hasta Lyon. Allí le daba la mano, le confiaba el automóvil y casi caminando bajo un cielo gris, se dirigía a la casita de juguete que tenía en la pueblerina ciudad de Clermont Ferrand que hoy, todavía, a poco del siglo XXI, discurre en medio del encanto de una vida sin urgencias.
  Fangio manejaba toda la noche del sábado, en soledad, cruzando los Alpes por el imponente Mont Blanc, pasando la frontera en Moncenisio. "Iba como un loco por la montaña. ¡Pobre Renault! ¡Lo dejé sin gomas! Únicamente así conseguí llegar a Monza a las 2 de la tarde".
  Después, el repaso del aquel disparate solía arrancarle una corta carcajada. "Hice lo que hace un aprendiz ignorante que cree saberlo todo. Me di una ducha pensando que era suficiente para quitarme el sueño de encima. Tomé un par de aspirinas con un trago de agua. El fiel Bernardo Pérez había acomodado la flamante Maserati al fondo del pelotón porque como no había hecho tiempo, tenía que largar último. Ya me había sentado en los boxes, para probar los cambios. Salimos a las 2 y media de la tarde. Pasé media docena de coches -los más lerdos- en la primera y en la segunda vuelta; iba tanteándolo al auto porque era nuevo y no lo conocía. Lesmo se tomaba entonces en segunda y tercera.
El casco ocupa un lugar importante en el templo de Balcarce. Foto: Mariana Araujo.
Siempre equivocado, en la tercera vuelta puse tercera y cuarta. No lo sé. Recuerdo que dejé ir el auto para llamarlo cuando creyera conveniente, pero mis reflejos no eran los de siempre. Seguro que llamé tarde al auto y derrapé. Agarré el último fardo de pasto que llevaba muchos años allí colocado; duro como una piedra. La Maserati se montó en el fardo; no tuve tiempo de asustarme. Recuerdo que en la primera voltereta yo todavía estaba agarrado al volante. Consciente. Después, mientras seguía dando vueltas, recuerdo una mancha verde muy oscura; a lo mejor eran los árboles del fondo. El auto me despedía. A las 3 de la tarde estaba en el hospital".
  Sobrevendrían tres meses con el yeso abrazando el cuello y la parte superior de su cuerpo, antes de otros tres meses de recuperación. Interrogándose en la soledad de su primer cuarto en el Hospital Mayor, de Monza, si alguna vez volvería a correr. Diciéndose que no podía volver a equivocarse como lo había hecho.
  Con el tiempo, Fangio no insistiría en el error. En ese mismo tiempo le daría gracias a Dios por haberle perdonado la vida. Hoy, el tiempo sigue estando junto a Fangio.
  En su museo de Balcarce, se puede ver aquel casco de Monza; como lijado en la parte posterior. Sé de mucha gente que acude al lugar y lo mira, combinando asombro con respeto. Recibiendo desde alguna parte uno de los tantos nobles mensajes del hombre más veces campeón del mundo. El mejor conductor que yo vi. "Nunca subestimes a nadie. Ni al sueño, siquiera".

  • Un paseo más que recomendable.


    Publicado en La Nación, el 2 de febrero de 1999.