Fangio, la carrera que nunca pudo ganar
Por Alfredo Parga


  Una parte de los recuerdos de las Mil Millas de 1955, que pudo ganar el balcarceño; aunque con su segundo puesto no se puede decir que fuera derrotado.

  La clara mirada de Juan Manuel Fangio solía perderse muy lejos cuando el interlocutor le hablaba de las Mil Millas de Italia.
  Al hombre de Balcarce se le tenían que acumular sensaciones que chocaban entre sí, in conformarlo debidamente. Mientras filosóficamente -un ejemplo- no tenía vacilaciones para ocuparse de la frustración de Indianápolis, las Mil Millas eran para su más profundo interior otra cosa.
  Cuando se introducía en tema -lo que le costaba bastante- paulatinamente confesaría sin apurarse. "Esa carrera me gustaba de alma. Tenía un encanto que en la vieja Europa, todavía con las cicatrices de la guerra supurando por mal cerradas, significaba una vuelta a la vida. Seguía siendo como al principio, una forma de correr como antes. Partiendo de madrugada desde una ciudad del norte para bajar hasta Roma después de dejar el Adriático a la izquierda y más tarde trepar, como desinteresándose del Tirreno, volviendo al lugar de salida."

"Aquello era correr"

  Después, decidido, encaraba el tema sin restricciones. "Las Mil Millas tenían muchos encantos para mi. Era como volver a correr una carrera en la Argentina, metiéndose a veces en poblados, casi esquivando a las gentes y sus casas. Casi siempre con el tiempo en contra. El mal tiempo. Que lluvia, que piedra, que niebla..."
  "Encima, los organizadores disponían que los coches de mayor potencia salieran después, así que el camino lo abrían los automóviles de pequeña cilindrada, generalmente manejados por pilotos independientes, de poca experiencia, porque ¿a quién no le gustaba correr las Mil Millas?"
  "Aquello era correr. aquella suma de dificultades le daba a la carrera un sabor especial. A mi me hubiera gustado ganar las Mil Millas. A veces tuve problemas. A veces el coche no estaba bien preparado. A veces..."
  Aquel era el momento para ocuparse de la carrera que Juan Manuel Fangio pudo haber ganado. Y que, en cambio sirvió para que un joven conductor ingles, Stirling Moss, triunfara con Mercedes Benz. Ganando lo que el argentino no iría a ganar nunca. Aunque Fangio, recordando el compromiso de 1955, fuera muy feliz con su segundo puesto.

La de 1955 era así.

  Las viejas crónicas recuerdan que aquel año se anotaban 648 tripulaciones, pero a la hora de la salida, se verificaba la participación de 521 máquinas. Después -una prueba de su rigurosidad- se comprobaría la clasificación de 281 en el control final.
  Stirling Moss formaba parte del equipo Mercedes; apenas tenía 24 años. Lo acompañaría un periodista compatriota -Dennis Jenkinson-; los números de cada máquina indicaban la hora y los minutos de cada salida. El argentino llevaba el número 658 (6:58 de la mañana, hora de salida de Brescia). La batalla con Ferrari era porfiada. En la primera parte, Moss tenía que enfrentar al ingeniero Taruffi, piloto del viejo comendador hasta que el italiano abandonaba por rotura de la bomba de aceite. A dos kilómetros de Roma, Karl Kling, tercer integrante del equipo alemán, se salía del camino y se estampaba contra un árbol. El joven Eugenio Castellotti procuraba salvar los pergaminos de Ferrari hasta que destrozaba una cubierta y quedaba al costado del camino.
  Cruzando los Apeninos, Moss recuperaba la primera posición, siempre apoyado por Fangio, que protegía el delicado equilibrio del juego de equipo. El cuarto Mercedes, llevado por Hans Herrmann, empezaba a perder combustible, retirándose más allá del Paso della Futa.
  Moss seguía siendo el dueño del primer lugar. "Yo estaba informado de la situación. Y recuerdo que hubiera podido pelear más adelante, porque en un primer momento, los mecánicos del equipo no atendían mis reclamos. Pero a medida que la formación se fue desintegrando, con los retiros de Kling y Herrmann, me sentí respaldado como correspondía. Pero no se justificaba que lo dejara atrás a Moss; él había hecho todo el gasto."
  "Por un momento pensé que él tenía 24 años y que adelante suyo había tiempo para que ganara aquella carrera. Yo, en cambio, no iba a tener muchas oportunidades. Menos mal que advertí que no era justo ganarle a Moss. Era mi compañero y no un competidor ajeno. Si yo siempre había reclamado obediencia de mis colaboradores, ¿por qué no iba a obedecer a quien estaba entonces adelante?"
  "Por eso fue que sobre el final fue amplia la diferencia entre nosotros, porque la primera Ferrari, la de Umberto Maglioli, aparecía a más de 12. minutos de mi coche. Stirling Moss me sacaba cosa de 23. minutos. Ganaba aquellas Mil Millas que pude haber ganado yo".
  Fangio abría el hueco para que uno pudiera asimilar la sentencia. Y entonces golpeaba suavemente con aquellas reflexiones suyas, macizas como un puño. "¿Sabés que muchas veces se puede ganar, aunque no se llegue primero?"

Un apunte final.

  Cuando Dennis Jenkinsson regresaba a Londres, contaría dos cosas, fundamentales en su escrito sobre las Mil Millas. Una precisaba que Fangio había corrido con una multiplicación inadecuada, para no trastornar el éxito de Stirling Moss. La otra era estrictamente personal: "Moss aprendió de conducción, siguiendo a Fangio, mucho más de lo que decía su experiencia". Y lo firmaba.


Publicado en La Nación, el lunes 30 de diciembre de 1996.