Un Piloto Mayor

  A los diez años se subió por primera vez a un coche, y cuando descubrió que podía hacerlo marchar, doblar y frenar, pensó que tenía vida. El joven Juan Manuel Fangio trabajaba en un taller de autos y jugaba al fútbol en un club de su ciudad. Su padre esperaba que se convirtiera en un gran futbolista; su puesto - con el que llego a representar a la selección de Balcarce, el pueblo de la provincia de Buenos Aires donde había nacido - era el de número ocho. Sus compañeros de equipo sabían que con él podían llegar, aunque lloviese, a cualquier cancha que les tocara como visitante: Juan Manuel se encargaba de desencajar del barro cada uno de los autos de los difíciles caminos de la provincia.
  Pero no fue la cancha sino la pista la que lo llevaría a la fama. Debutó como piloto en octubre del 36, a los 25 años, en un pueblito cercano a Balcarce. Ese día corrió con el seudónimo de Rivadavia, porque no quería que sus padres se enteraran. Para la carrera le habían prestado un Ford A que funcionaba como taxi, y que tenía que devolver intacto al padre de un amigo. El Chueco le había sacado la carrocería, le había cambiado el volante y, para el final de la competición, en la última vuelta, le fundió el motor.
  Otro mes de octubre, pero de 1951, lo vería coronarse campeón mundial de Fórmula 1 por primera vez, a la edad en la que muchos competidores comienzan a pensar en el retiro.
  Si Van Gogh se inició en la pintura a los 40, Fangio comenzaba a dibujar su futuro a los 37 años. De 1951 a 1957 obtendría 5 campeonatos mundiales en la más alta categoría del automovilismo, cifra que todavía nadie pudo alcanzar. Sólo Ayrton Senna estuvo cerca de igualarlo, pero una curva, en Imola, postergó la hazaña, y termino con la vida del piloto brasileño.
  El ascenso de Fangio a los primeros planos -y a la historia de la Fórmula 1- fue muy repentino. Tras haber tenido que abandonar a 8 vueltas del final en su primera carrera, en la segunda conquisto el primer puesto, sorprendiendo incluso a los organizadores, que no tenían banderas argentinas, ni podían lograr que las bandas tocaran el himno. No era una novedad: alguna vez, cuando corría en otra categoría, se había tocado una marcha brasileña para salir del apuro.
  En sus inicios, en Italia, el balcarceño tenía que conseguir un sponsor para poder mantenerse en Europa. En esa búsqueda se contacta con Francisco Corvella, el dueño de una pequeña fábrica de lubricantes en Milán. El hombre acepta darle aceite de ricino (lubricante usado para los automóviles de carrera) gratis a cambio de que use un mameluco y una gorrita con el nombre de la empresa. Pero también, suponiendo imposible la circunstancia, le ofrece 150000 liras por cada carrera ganada. Grande sería la sorpresa de Corvella cuando el argentino le reclamó 600000 liras, luego de ganar cuatro Grand Prix consecutivos.
  En 1958 Fangio se hizo preguntas determinantes: "¿Qué hago yo aquí?, ¿Para qué seguir?, ¿Sirve de algo otro campeonato?. Además, no estaba reglamentado un peso mínimo, y los constructores ganaban kilos de donde fuere. Así, cualquier auto se tornaba inseguro. Entonces, un buen día, me dije: se acabó, Fangio no corre más". Su última carrera de Fórmula 1 fue en Reims, el 6 de julio de 1958. Años más tarde se lo volvería a ver en las pistas, esta vez dirigiendo el equipo de los legendarios Torinos de Nurburgring; pero el Chueco ya no era el mismo. El piloto se había alejado de las pistas: el mito ya había nacido.