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Astronomía y Geofísica

 

 

¿Para qué sirve la astronomía?

 

 

Todos los pueblos quisieron saber qué se ocultaba detrás del cielo. Primero fue el turno de las explicaciones míticas y luego la razón hizo lo suyo. Pero las técnicas utilizadas para estudiar los astros permitieron, también, entender a nuestro planeta, y ayudaron al despegue de las ciencias actuales. El autor de esta nota aprovecha la presencia en Buenos Aires de 1200 astrónomos de todo el mundo -ayer finalizó el XXI Congreso Internacional de la especialidad- para explicar cómo se relaciona el estudio de las estrellas con la vida moderna.



Por Leonardo Moledo

    

A quienes les gusta exigirle a la ciencia utilidades perentorias, la astronomía seguramente los deja desconcertados. Puede ser que la carrera espacial les procure un pequeño alivio, al fin y al cabo es imposible enviar un hombre a la Luna si no se conoce con precisión la órbita de nuestro satélite, o si alguien sueña con que alguna vez la explosión demográfica obligará a establecer colonias en Marte, las sondas Vikings adquieren sentido.

     Pero, en realidad, estos son argumentos muy pobres: las colonias en Marte y los viajes espaciales todavía estan en el reino de la ciencia-ficción, ¿y entonces? ¿Para qué sirve la astronomía? No tiene la operatividad de la medicina, la temible eficacia de la física, la omnipresencia de las matemáticas, el inquietante potencial de la biología: en su programa no existen aplicaciones que incidan de manera directa en la vida cotidiana de los hombres. ¿Qué más da saber cuántos planetas tiene el sistema solar, cuántos anillos tiene Urano, o que Plutón es un planeta doble? ¿De qué manera una lente gravitatoria o un quasar pueden repercutir en la fabricación de electrodomésticos o en cualquier otra rama de la tecnología? ¿Qué más da que el universo se expanda o no? ¿Y que el sol se extinga dentro de cinco o diez mil millones de años?

     ¿No es una fecha demasiado lejana como para preocuparse ahora, en este mundo posmoderno de la inmediatez? (para no hablar de la Argentina del corto plazo).

     En realidad, si se lo piensa así: ¿tiene sentido una reunión de mil astrónomos discutiendo sobre lentes gravitatorias, cúmulos galácticos y coronas solares? ¿Y gastar chorros de dinero en telescopios, radiotelescopios, sueldos de científicos que se dedican a contar estrellas y a clasificar galaxias, y a discutir y rebatir teorías sobre el origen del Universo que nadie puede corroborar o refutar, no es si no un flagrante desperdicio de recursos?

     Y, sin embargo, la astronomía es la base de todo el conocimiento, que "la" ciencia fundacional y todas las actividades de los hombres, lo sepan estos o no, se desarrollan a su sombra: fue la primera disciplina científica que abordaron los pueblos cuando trataron de explicar las regularidades que observaban en el cielo. Los primeros grandes corpus científicos de la antigüedad partieron de ella.

     La revolución científica que comenzó en el siglo XVI y que cambió por completo la faz del planeta no tuvo origen aquí abajo sino allí arriba, cuando un oscuro canónigo polaco, de nombre Nicolás Copérnico, empujó el Sol hacia el centro del Universo y derrumbó de un saque dos mil años de devaneos: todo lo demás, desde la electricidad hasta la ingeniería genética, es el resultado de aquel primitivo empujón.

 

Temores

     En toda ciencia básica se juegan no ya el ingenio sino la inteligencia profunda de la sociedad. Pero en la astronomía la apuesta es todavía más alta: se arriesga la capacidad de abordar racionalmente el más complejo y esencial de los asuntos humanos: la estructura del Cosmos. Por eso es que no hay (no hubo jamás) una sociedad sin astronomía, no hubo jamás una sociedad que no intentara explicar el ciclo de las estaciones que regulaba sus cosechas y el significado de la bóveda celeste que cada noche les producía exaltación o temor. Y en ese intento se abordan los misterios más difíciles y profundos: el origen y el destino del Universo, el sentido del hombre en el mundo y el lugar que ocupa en el orden cosmológico.

     Los pueblos más antiguos construyeron observatorios para medir los movimientos del cielo; los modernos radiotelescopios, las elusivas teorías cosmológicas de hoy en día, y los mil y pico de astrónomos reunidos en Buenos Aires descienden en línea directa de aquellos primitivos pioneros. ¿Para qué sirve, pues, la astronomía? Nada menos que para corporizar uno de los impulsos más genuinamente humanos: saber qué somos y cuál es nuestro sitio en el multiforme y, como decía Borges, inagotable Universo.

Publicado en Clarín, en agosto de 1991.

 

 

 


 

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